jueves, 11 de diciembre de 2008

Con aroma a café


En la barra, una mujer con vestido rojo toma un cortado. Sus ojos se vuelven vidriosos y su menudo cuerpo se estremece cuando escucha los versos de Enrique Cadícamo. Está inquieta, cada tanto mira el reloj que lleva en su muñeca.

Es viernes, todos ya han salido de sus trabajos y quieren escuchar a Guillermito Fernández, que hará música en vivo. El espacio es invadido por seres que ríen, conversan y se concentran en cada pieza de tango.

Hombres de traje discuten acaloradamente sobre política. Un viejo lee paciente el diario. Una niña se inclina para dormir en la falda de su madre. Y su hermanito, un niño de ojos vivísimos, se entretiene tratando de aplastar a una mosca.

En la puerta del viejo Café Tortoni, un grupo de extranjeros sale del subterráneo y se agolpa para entrar con sus cámaras fotográficas de última generación. Un auto se lanza a la carrera con un ronquido impresionante. Entre ellos, ronda un linyera que pregona unas monedas con voz doliente.

Una guía explica a los visitantes los orígenes del lugar. El nombre fue elegido por un inmigrante francés de apellido Touan y surge de un establecimiento del Boulevard des Italiens en el que se reunía la elite de la cultura parisina del siglo XIX.

En este rincón histórico, ubicado en Avenida de Mayo 825, extranjeros y porteños escuchan con nostalgia la música del Río de la Plata. También beben y comen entre cada charla.

Aún se pueden percibir en el aire los fantasmas de los artistas que pasaron por allí, como Alfonsina Storni, Benito Quinquela Martín, Carlos Gardel, Baldomero Fernández Moreno, Luigi Pirandello y Federico García Lorca. Claro que este café ya no es el de antes, de alguna manera se lo ha explotado como lugar de consumo, pero representa una leyenda de la ciudad. Sin dudas, el tiempo humilla y ultraja.

A la tarde se puede disfrutar de un chocolate caliente con churros o la tradicional leche merengada (helado a base de leche, crema y un toque de canela). Cuando la luz comienza a caer, hace su aparición la cerveza o sidra tirada con picadas, tablas de queso o fiambres. Pero a la hora de la cena, los cocineros recomiendan las carnes gratinadas acompañadas de vinos finos. Además, la confitería ofrece muestras de arte permanente, charlas literarias y espectáculos.

Los extranjeros consiguen pasar. Ahora sí, las mesas de roble y mármol del salón están todas ocupadas. Piden sus consumiciones a mozos que entienden a la perfección el inglés.

Mientras tanto, el viejo ojea la sección de avisos fúnebres. El niño protesta porque está aburrido. La escuálida mujer toma otro cortado. Alguien se sienta a su lado, saca un libro de debajo de la chaqueta y comienza a ojearlo. Intercambian miradas fugaces.

- El café que preparan aquí es sublime. Me reconforta tomar una taza caliente al terminar el día, especialmente en esta época del año, cuando sopla viento polar.

Comenta mientras hace su encargo. Pero parece que ella no puede contestarle porque se le nublan los ojos y da vuelta su cara para no verlo.

Al fin comienzan a sonar los primeros acordes. Todo lo demás se silencia. Un hombre barbudo y alto, que había salido a la puerta a fumar un perfumado habano, se apresura para regresar a su asiento.

La joven de la barra se seca las lágrimas que cubrieron su cara y empieza a caminar. Mira la hora por última vez, son más de las nueve. Se va calle abajo.

miércoles, 15 de octubre de 2008

El mundo a través del teatro














“El arte, cuando es bueno, es siempre entretenimiento”, resumía Bertolt Brecht y, partiendo de esta premisa, Esteban Bresolin sostiene que “el teatro resulta un bálsamo en este mundo y cuanto más gente lo pueda ver, mejor”. Una vez tuvo oportunidad de canalizar su vocación por el teatro social en una obra que hablaba sobre los desaparecidos y la representó frente a las Madres de Plaza de Mayo. “Fue una experiencia muy movilizante”, dice.
Bresolin cursó en la Escuela Municipal de Arte Dramático de Buenos Aires. Pero inició sus estudios de teatro con el grupo “Los Iteatristas” y con ellos trabajó en la calle. “Siempre recuerdo el día que me sentí payaso por primera vez, cuando entendí que los chicos me veían como payaso, que les hacía creer las cosas como payaso y que yo razonaba en escena como payaso”, cuenta. Aún así, después de unos años se alejó de este género: “Quedé algo fóbico, soy una persona introvertida y todo lo que sea súper exposición me cuesta, las convocatorias eran un sufrimiento terrible porque era yo el que hablaba, actuando era otra cosa porque estaba el personaje”.
Si bien la ciencia y el arte pueden parecer incompatibles, Esteban Bresolin demuestra lo contrario. Empezó la carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires y, aunque su pasión por el teatro fue más fuerte, conserva su amor por la naturaleza. “Canalizo esa faceta en el cuidado de las plantas; tengo una fase muy caótica y otra muy ordenada y las combino como puedo, fumando un atado de puchos por día y con terapia”, ironiza.
Casi siempre se autogestiona los espacios de trabajo y suele tener varios proyectos en simultáneo. En este momento, actúa en un unipersonal infantil, ensaya una obra y termina de escribir otra. Justamente, la puesta para chicos, “Una historia para Gregoria”, le dio muchas sorpresas: “De ante mano me costaba creer que los pibes pudiesen callarse ante un bollo de papel (oficia de títere), pero la realidad es que no se hacen tanto problema”.
La obra que ensaya forma parte de un proceso de experimentación grupal sobre la Torre de Babel, el hecho histórico que provocó el nacimiento de los distintos lenguajes. Allí hace la dramaturgia y la dirección.
El día que cumplió 40 años, improvisó un monólogo autorreferencial del que surgió la obra que está escribiendo; habla de recuperar la memoria desde lo emocional. “Me encantaría publicar, pero es una faceta de la que me estoy haciendo cargo de manera profesional recién ahora, antes hacía el proceso inverso, experimentaba con actores y en base a eso guionaba”, apunta.
Antes de bajar el telón, Bresolin confiesa: “De todo lo que hago elijo actuar, pero disfruto cada actividad que realizo y lo cierto es que puedo decir que vivo del teatro”.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Un payaso criollo que lleva su arte por las calles


Payaso: artista de circo que hace de gracioso, con trajes, ademanes, dichos y gestos apropiados. La definición no alcanza para determinar la labor de Juan Pablo Serantes, que incluye en su rutina malabares, títeres, zancos, magia y ventriloquía. “Yo soy un payaso criollo, hacer muchas cosas no significa ser clown, no sé qué es ser un clown”, asegura con modestia este vecino de San Fernando, quien, además, trabaja como mecánico naval en el taller de su padre porque con el dinero que le deja el teatro no le alcanza para vivir.
“Cuando mi mujer quedó embarazada tuve que abandonar todo lo que estaba haciendo y meterme de nuevo en el taller. De a poco dejé las funciones y los cursos. Volví a la calle cuando Carmela cumplió seis meses y no me voy a ir más, pero ya no puedo dedicarme solo a esto”, así resume su historia.
Juan Pablo no olvida que tomar el espacio público siempre fue un acto político: “En las puestas tenemos muy en cuenta lo que decimos, es teatro popular, nos jugamos por plantear algún mensaje y dejarlo para la reflexión”. Y entiende que incluso hoy, con la cultura delivery, salir a la calle para habitarla y no sólo para transitarla, es toda una declaración de principios: “Los actores callejeros llevamos el teatro a cuestas y llegamos a muchas más personas, igual todo es necesario”.
En sus primeras apariciones hacía títeres para adultos en bares: “Era un show subido de tono, a altas horas, cuando la gente estaba medio ebria, y funcionaba muy bien”. Ahora se lo puede ver robando sonrisas los fines de semana en la plaza Vicente López y Planes de Olivos con sus espectáculos “El show de Chicho” y “Pep de pop clown”.
Juan Pablo habla sin parar cuando explica sobre los encuentros que organizan en San Fernando los artistas de calle. “El año pasado vino gente de Rosario, Entre Ríos, Tucumán, Córdoba, y hasta de Bolivia y Perú. Ahora esperamos recibir todavía más gente, es que el teatro popular está muy afianzado”, dice, y agrega una anécdota que le resulta inolvidable: “De este modo viajé a México en 1994, estuvimos en el campamento zapatista y mientras íbamos desde Distrito Federal hasta Chiapas parábamos en las comunidades indígenas y hacíamos el circo”.
Pese a tener una modalidad extraña para el estreno (debuta con shows que no sabe y va entrenando en cada función), le gusta mantener los pies sobre la tierra: “Siempre me hago tiempo para seguir estudiando, porque como payaso me queda mucho por hacer”.

sábado, 19 de julio de 2008

“No esperen de mi que resuelva el problema del ser o no ser, nos vamos a acercar al ronquido y esas cosas”












Roberto Fontanarrosa estuvo el año pasado en el ciclo Literatura argentina por escritores argentinos, que realizó el Departamento de Cultura del Banco Galicia en la Biblioteca Nacional. Yo estuve ahí y esto es lo que escribí.


“Humor y literatura, charla abierta con Roberto Fontanarrosa” fue el título del encuentro, y la gente no paró de reír escuchándolo, si bien habló con una seriedad que se parece corresponder con el carácter de los buenos humoristas. Silvia Hopenhayn, periodista literaria, fue la presentadora.
Para comenzar, fiel a su estilo, contó una anécdota para aclarar: “No tenemos ningún plan preconcebido para esta charla. Como dijo Juan Verdaguer: ‘Estoy muy ansioso por saber que voy a decir’”.
Entonces, Silvia Hopenhayn le preguntó sobre la musa inspiradora que él había mencionado alguna vez, pero explicó: “Tengo que publicar todos los días, si tengo que esperar a que venga la musa inspiradora me muero de hambre. Tengo que leer el diario, anotar; hay un porcentaje grande de información, hay mucho de oficio, y un porcentaje pequeño, a mi juicio, de facilidad personal”.
No podía dejarse de mencionar su intervención en el Congreso de la Lengua en defensa de las malas palabras. Allí Fontanarrosa pidió una amnistía para ellas porque sus personajes, pertenecientes a una clase media baja, hablan así y él los escucha. “Se me ocurrió hablar de las malas palabras porque de las palabras buenas iba a hablar todo el mundo. No lo planteé por divertido sino por una pregunta lógica que me asaltaba ¿porqué son malas palabras? Y, a mi juicio, hay algunas irremplazables, por sonoridad, por fuerza, por contextura física. Mis cuentos, los que transcurren especialmente alrededor del fútbol, están llenos de malas palabras, pero sería poco natural que no las hubiera”, de pronto, sin dejar de lado la literatura, estaba hablando de fútbol. Y habló de fútbol, y se encendía cuando lo hacía.
La presentadora le hizo cambiar el rumbo de la charla y le preguntó por Borges, que es personaje de un cuento suyo: “¿Jorge Luis, decís vos? El cuentito ése tiene que ver con la siempre castigada televisión. Lo que ve el personaje de El Aleph en aquella casona, debajo de una escalera, en la oscuridad de un sótano, aquel pequeño punto brillante donde se veía toda la actividad del mundo y del universo en el mismo momento, era un televisor. El cuento es eso, viene un japonés de la Hitachi a estudiar ese lugar y comprueba que era un modelo de televisor japonés chiquito y que Borges, porque es Borges el que cuenta en primera persona, había visto eso y se confundió, además ya no veía bien”, bromeó.
Sobre el final, Silvia Hopenhayn leyó el comienzo de uno de sus cuentos: El sueño del General Cornejo y a continuación Fontanarrosa dijo: “La elección de este tema tan profundo, el ronquido, marca un poco la línea de pensamiento mía, no esperen de mí que resuelva el problema del todo y la nada, ser o no ser, nos vamos a acercar al ronquido y esas cosas”. Por algo el Negro es el artista de todos.
Aplausos finales.

sábado, 7 de junio de 2008

La poesía, el hambre de todas la cosas

“A veces la palabra como una copa rota donde morder el polvo y otras veces un agua de alumbrar”, Jorge Boccanera reflexiona en los poemarios Polvo para morder (1986). Para él la poesía es pérdida, asocia el ejercicio de la escritura con el fenómeno de morder el polvo. Sin embargo, introduce una ambigüedad esencial, en medio de la incertidumbre y la derrota, conduce a lo luminoso, al concepto de la pureza.
En una conferencia amplió el concepto:
“No se puede definir la poesía porque son cosas metafóricas, se traslada de la forma. Igual me gusta la frase: ‘El hambre de todas las cosas’. Cuando los periodistas quieren saber algo le preguntan a los sociólogos, me parece aburridísimo, me dicen lo que estoy mirando, quizá un poeta me explica algo desde otro lado, algunos tienen una visión de futuro muy fuerte”. La literatura ilumina momentos profundos del ser humano y Boccanera cree “en el peso de la intensidad, cuando eso te conmueve, no importa si te estás riendo o llorando”.
Antólogo, ensayista, periodista y docente, pero esencialmente poeta confesó: “Me concentro más en lo que quiero decir en los viajes. Como si me despegara de lo rutinario y me fuera a otro lugar dónde tengo más espacio”.
El autor nacido en 1952 en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, se exilió en México en el ‘76 y regresó al país con la vuelta de la democracia por el deseo de participar de la primavera cultural que se estaba desarrollando, pero ya no es tan optimista: “Estamos tardando mucho en recomenzar, el cambio fue importantísimo, pero se abrieron espacios que no se llenaron con nada”.
Como periodista lleva la marca de una generación cuyo engranaje era el cuestionamiento. Es director de la revista Nómada que describió así: “Es un cóctel de varios elementos: la literatura, la ciencia, la plástica, la poesía. Usamos la portada como un elemento de arte pero la ensuciamos con títulos periodísticos. Viene con un fascículo, El intérprete, que revela datos de un personaje. Estamos buscando que sean otros hombres de la historia, porque siempre salen los mismos, el che Guevara y Jesucristo, que venden”. Pero confesó que “ser periodista es un proyecto, uno no llega a ser sino que está aprendiendo constantemente” y que combinarlo con la poesía es un conflicto que lo desvela “por la lucha que tiene que ver con el tiempo, porque todo te lleva un trabajo y el trabajo te lleva un tiempo”.
Los escritores parecen personajes misteriosos e intrigantes pero Boccanera habla como todos y reflexionó sobre los medios en la actualidad: “Cuando hago la revista no pienso en los temas gancho pero concibo que le van a interesar al lector. Hay que confiar en la gente. En el periodismo parece que todo tiene que pasar hace cinco minutos porque de otra manera envejece, eso lo lesiona”.

jueves, 15 de mayo de 2008

La vida de un escritor

“Entonces, un día, comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo”, así definió Truman Capote el momento en que sintió la necesidad de recurrir a las palabras para mitigar el aislamiento sufrido durante su infancia.
Truman Streckfus Persons nació en Nueva Orleans el 30 de septiembre de 1924. Por una pelea de sus padres pasó gran parte de su niñez en Alabama acompañado de cuatro ancianos. No recibió muchos estímulos en los primeros tiempos. De todas maneras, consideraba que no había sido malo porque lo “endureció desde temprano para nadar contra la corriente”.
Desempeñó diversos trabajos: lector de guiones cinematográficos, bailarín en una embarcación fluvial y periodista en la redacción de The New Yorker. Cuando tenía once años empezó a escribir pero a los diecisiete recibió las primeras aceptaciones de las revistas para publicar y supo que sería escritor. Decidió darse a conocer bajo el apellido del segundo esposo de su madre, Joseph García Capote. “No puedo imaginar que haya algo más estimulante que el hecho de que alguien le compre a uno sus trabajos. Nunca escribo nada que piense que no me pagarán”, sostuvo en una entrevista.
A los diecinueve ganó un premio por su cuento Miriam y en 1948 obtuvo otro por Cierra la última puerta. La casa editora Random House editó una colección de sus cuentos, Un árbol de noche, en 1949.
Su primera novela Otras voces, otros ámbitos fue un éxito en el que volcó muchas de las experiencias de su niñez, mezcló ficción y realidad hasta hacerlas inseparables. Es una de las primeras novelas que plantea de forma abierta el tema de la homosexualidad.
En 1958 aparecieron Desayuno en Tiffany’s, La casa de las flores, Una guitarra de diamante y Recuerdo navideño en el mismo volumen. Consideraba que debía agotar la emoción antes de poder analizarla y escribirla: “Mi teoría es que el escritor debe haber gozado su ingenio y secado sus lágrimas mucho antes de proponerse suscitar reacciones similares en el lector. Creo que la mayor intensidad en el arte en todas sus formas se alcanza con una cabeza dura, fría y deliberada”.
Sus ambiciones más firmes giraban alrededor del género del cuento: “Creo que el cuento, cuando es explorado seriamente, es el más difícil y el más riguroso de los géneros en prosa existentes”, afirmó. Y agregó que hallar la forma correcta para un cuento es “sencillamente descubrir la manera más neutral de contarlo”.
Capote vivió en Europa durante varios años pero regresó a Estados Unidos: “Soy norteamericano y nunca podría ser, ni tengo ganas de ser, otra cosa. Además, me gustan las ciudades, y Nueva York es la única ciudad-ciudad verdadera. Vivir allá fue un método de adquirir una perspectiva y una educación”.
Escribió una película, La burla del diablo, de John Huston, con Humphrey Bogart, Gina Lollobrigida y Peter Lorre: “Algunas veces escribía en el mismo set las escenas que estaban a punto de filmarse. Los actores parecían volverse locos. No creo que un escritor tenga muchas posibilidades de imponerse en una película a menos que trabaje en íntima relación con el director o que él mismo sea el director”.
El salto a la fama mundial le llegó de la mano de la novela A sangre fría (1966), a través de la cual se proclama fundador del género no-ficción. “Me llevó cinco años escribirlo y un año para recuperarme, si es que recuperarse es la palabra. No pasa un día sin que algún aspecto de esa experiencia no oscurezca mi mente”, afirmó.


Decadencia y fin


Alcohólico, adicto al Valium y padecía de ataques epilépticos. Su carácter acomplejado lo llevaba a un narcisismo exagerado. Era homosexual. Tenía tres mansiones y su vida se desarrollaba de fiesta en fiesta, rodeado de famosos, pero cada vez más dominado por la amargura y el cinismo.
La humildad no era una de sus virtudes: “Yo tenía que alcanzar el éxito lo antes posible. Las personas como yo saben siempre lo que quieren. La mayoría de la gente gasta la mitad de su vida sin llegar a saberlo. Hubiera tenido éxito en cualquier cosa, pero siempre supe y quise ser escritor, y hacerme rico y famoso”. Y lo fue. Ganó millones de dólares y una increíble popularidad. Pero también tuvo la debilidad para flagelarse a sí mismo.
Luego de escribir A sangre fría, Capote entró en decadencia. Es que con esa novela descubrió otras verdades de la naturaleza humana.
Fue entonces que decidió escribir sobre lo que mejor conocía: el ambiente sofisticado de las clases altas. La novela sería un análisis del pequeño universo de la sociedad acaudalada y llevaría el título de Plegarias atendidas. Pero no pudo concluirla. Publicó sólo cuatro capítulos de ese libro en la revista Esquire que provocaron la ira de ciertos círculos que lo acusaron de traicionar la confianza.
Luego publicó Música para camaleones, pero no logró recuperarse. Sufrió una gran crisis personal y creativa que lo paralizó en su escritura, tanto que no logró terminar nunca más un libro. Su depresión lo llevó a un proceso de autodestrucción, dependiendo cada vez más de los psicofármacos que, combinados con el alcohol, deterioraron su salud hasta morir por sobredosis en 1984.

lunes, 21 de abril de 2008

En el bondi


El colectivo 39 sale vacío de la terminal de Chacarita, frena frente a la estación ferroviaria Federico Lacroze y recoge pasajeros. Los primeros que suben pueden elegir dónde sentarse. La mayoría de la gente no tiene ganas de cederle el lugar al discapacitado, la anciana o la embarazada, así que tienden a ubicarse atrás. Quienes viajan solos prefieren acomodarse en los asientos individuales para poder dormir, leer, o evitar ser molestados por un acompañante, más aún las personas que tienen un largo recorrido por delante.
El olor a comida que provocan los puestos de venta de sandwiches de hamburguesas es repugnante y el humo de los caños de escape de tantos micros no deja ver con claridad. De reojo se puede observar el Cementerio de la Chacarita, uno de los más grandes del mundo; la envergadura de su construcción lo convierte en un monumento de gran magnitud. Allí yacen los restos de personalidades reconocidas como Carlos Gardel, Alfonsina Storni y del General Juan Domingo Perón.

Pueden pasar muchas cosas encima de un transporte urbano de pasajeros. Un señor grita cuando habla por celular, todos están pendientes de su conversación con un tal Ricardo que, suponen, debe ser medio sordo.
El paisaje cambia cuando se abandona la avenida Corrientes, lo que convierte a Chacarita en un barrio de contrastes: donde hay paz y ruido a la vez. A partir de allí es tranquilo, con calles arboladas, casas antiguas y pintorescas y algún que otro edificio nuevo. Pero el empedrado molesta a los viajantes, lo revelan sus caras. Una mujer se sienta con su bebé en brazos al lado de un joven, el pequeño le toca la campera, los anteojos, el pelo…, la madre sonríe, pero el adolescente se muestra disgustado ante las manitos llenas de turrón mezcladas con baba.
Una vinotera. Otra. Otra más. ¡La gente de este barrio debe ser de buen beber! Además, bares o, como se dice ahora, restós, y restaurantes por doquier. Entonces, ¡también debe ser de buen comer!
La estación Palermo de tren y vuelta al caos: negocios, kioscos, locutorios y mucha gente enloquecida. El verde del Botánico se presenta como un remanso de tranquilidad. Y más y más negocios. Los precios que se ven en las vidrieras van aumentando a medida que se acerca la avenida Callao y las personas que pasean visten prendas más costosas.
Luego, Talcahuano, y ¡más locales! Todas las calles aledañas a los Tribunales albergan un sin número de estudios de abogados y también abundan las librerías especializadas en textos de derecho. Las veredas se angostan, dos personas gordas alineadas no pasarían.
Pareciera que todos acechan a la espera de un asiento, atentos a que alguien dé indicios de bajarse. Los rostros de ofuscamiento son cada vez más acentuados.
Aparece la Autopista 25 de Mayo y el escenario se vuelve cada vez más humilde. Oulets de todos los rubros, conventillos y cantinas dan vida a Barracas. El olor a huevo podrido del Riachuelo, la basura y el humo negro, enmarcan un lugar olvidado por las autoridades.

miércoles, 2 de abril de 2008

Cristina de Luchetti, la señora de las muñecas de porcelana

Alguna vez fueron las compañeras de juego de abuelas y bisabuelas, pero también un símbolo de status familiar. En el luminoso taller de Pasaje Ortega 926 cientos de ellas parecen observar desde las vitrinas a la única persona que se dedica a este oficio en la Argentina.

-¿Cómo comenzó en la realización de muñecas de porcelana?

-Hacía floristería, pero en 1993 tomé un curso para hacer figuras de porcelana porque estaba deprimida por una operación que me habían hecho mal de un tumor que tenía en la mano. Trabajar con este material tan noble me hizo recuperar la sensibilidad fina. Entonces me prometí no abandonarla más. Hay gente que piensa que me dediqué toda la vida a esto pero empecé hace 14 años.

-¿Cómo se perfeccionó en la construcción de muñecas?

-Viajé a Estados Unidos y me recibí de instructora en 1997. Tengo master allá de reproducciones en las dos categorías: muñecas modernas y antiguas. La de antiguas la gané con honores. Igual, siempre estoy haciendo cursos; me encanta ser alumna, el día que no tenga nada que aprender me empezaré a morir.

-¿Cuál es el motivo principal por el que le encargan las muñecas?

-En general me las encargan los esposos que quieren regalarle a las señoras algo fuera de lo común o los hijos para sus madres porque las coleccionan o porque de chiquitas quisieron una y no la tuvieron.

-¿Cuánto valen en promedio?

-La de mayor venta en este momento es de 350 dólares, yo las cobro a ese precio pero tendría que ser más porque esa misma muñeca en España está alrededor de 600 euros. Vendo bastante porque la gente lo toma como una inversión. Una vez me dijeron que eran más caras que una cámara digital, pero una cámara en tres meses está a la mitad, en cambio la muñeca mantiene e incrementa su precio.

-¿Le pidieron alguna vez que no la firmara para que pasara por antigua?

-Sí, sobre todo me lo pide gente que tiene puestos de ventas de antigüedades en San Telmo, pero eso no lo hago. Es un fraude. De mi taller no va a salir una muñeca sin firmar nunca. Porque yo sé que después las meten en un tacho con cenizas y tierra para avejentarlas. Invertí más de 25 mil dólares en mi instrucción, nadie se me va a montar en las costillas.

-¿Tiene alguna muñeca de la que no se desprendería?

-Cantidades. Una es mi negra de la suerte, te hago otra pero a ella no te la vendo. Idéntica no va a ser porque nunca termino una pieza igual a la otra, pero lo más parecida posible. Y hay muñecas que me pueden. Nadie entiende pero para mí son como hijos.

-¿Tiene muchos alumnos en sus seminarios?

-No, son pocos. Lo que pasa es que son oficiales para Estados Unidos y ahora son caros, por sentarse a la mesa ellos cobran 30 dólares y además te obligan a poner los materiales. Además, para empezar este oficio en este momento tenés que hacer una inversión muy grande, un horno sale carísimo. Si tuviese que comenzar ahora no podría. Igual, me parece que la gente no viene a los cursos más por desconocimiento que por el precio.

-¿Es un trabajo rentable?

-Por una cuestión de ganancias hubiera dejado de hacerlas hace mucho tiempo, todos los materiales son importados, pero amo lo que hago y no podría pasar mucho tiempo sin hacer una, es una gestación fuera del útero. También hago otras cosas que me gustan, como pintura y vitrofusión. Igual, no me fue tan mal. Incluso vendí más muñecas después de la devaluación que antes, por ahí es porque tomaron más valor las cosas artesanales.

lunes, 24 de marzo de 2008

Corazón mudo

Me quemaron por dentro.
Alcanzaron mis huesos.
El lobo mostró su lengua en esa noche de ceniza
y ya mi mundo no volvió a ser el mismo.
Debes encontrar en los escombros
mis viejas manos de arena que iluminaban.
Busca en mi piel la humildad
o confórmate con la ruina.
¡Sálvame!

domingo, 16 de marzo de 2008

El ojo de Burri

“Las fotos y los libros pueden ayudar pero es la gente la que hace la memoria, de las cosas buenas y malas”, señala el fotorreportero René Burri en una de las entrevistas que ofreció hace unos días en Argentina cuando vino para la presentación de la exhibición René Burri, un mundo. Ha sido testigo de acontecimientos bélicos en todas las regiones, pero nunca ha expresado su denuncia hacia la guerra mediante un cuerpo muerto o sangre sino que siempre ha recurrido a otros métodos para conseguir ese objetivo. Para él, los vivos son quienes trasmiten de verdad el dolor.
La muestra reúne trabajos realizados desde 1945 y es una selección que supera las 350 obras. Es resultado de un minucioso trabajo que realizó el propio Burri junto al curador de la muestra, Hans-Michael Koetzle. Muchas de las imágenes son vintage, es decir, revelados de la época cuando fueron tomadas.
No es el primer paso de Burri por el país. A fines de los 70, llegó con la idea de fotografiar a los habitantes del campo, esos “gauchos argentinos tan bien descriptos en el libro Don Segundo Sombra”, según recuerda. En pleno proceso militar, prefirió abocarse a los gauchos, con cuyas imágenes hizo un gran collage.
Permite ver el interior de las personas porque se sale del personaje: a Pablo Picasso lo retrata desde un lugar muy íntimo, en su cotidianeidad; al arquitecto Le Corbusier con sus planos; a Akira Kurosawa mientras filma; a Alberto Giacometti junto a sus esculturas. También se puede ver a Ernesto Che Guevara derrotado, frotándose los ojos, incluso sonriendo, fuera de su imagen de guerrillero que todo lo puede. Henri Cartier-Bresson, su gran influencia y quien también está fotografiado, decía que había un instante decisivo para dar cuenta de toda la escena. Burri no está de acuerdo con él, trabaja en serie porque cree que al mismo episodio hay que descomponerlo en diferentes espacios, así es como pueden apreciarse secuencias de fotos de diferentes personajes y hechos.
Nadie se atreve a dudar de la vocación del artista, y menos aún cuando se cae en la cuenta de que este hombre tomó su primera foto a los 13 años: una instantánea del político inglés Winston Churchill subido a un auto descapotable en un acto callejero. Enseguida comenzó a trabajar para varios medios gráficos y se enroló desde muy joven en Magnum, la agencia creada por corresponsales de guerra en 1947, donde desarrolló la mayoría de su carrera.
Aunque él mismo no se cataloga como fotoperiodista -sólo como fotógrafo- no queda duda de que dejará huella en el periodismo gráfico. Es un archivo viviente de imágenes del mundo. Cubrió conflictos armados como los de Israel, Jordania y Palestina, la Guerra de Vietnam, así como la China comunista de Mao Tse Tung, la crisis del Canal de Suez y los movimientos de liberación socialista de América Latina, entre otros. Algunas de estas fotos son exhibidas sin epígrafe porque el propio Burri prefirió que cada espectador interprete sin influencias.
La calle, la gente, los trabajadores. La vida entera inmortalizada en el tiempo. Burri sabe manejar las emociones a través de una lente: el desastre después del desastre deja una emoción que dan ganas de estar en el lugar de lo sucedido. Las fotografías hablan por sí mismas y descubren las cosas que hay detrás de lo que se ve en la superficie.
Esta selección ya fue presentada en Cuba y México, y seguirá su ruta por Venezuela y Colombia. Puede visitarse hasta el 20 de abril en el Centro Cultural Borges (Viamonte y esquina San Martín).

lunes, 3 de marzo de 2008

Encuentro tanguero

En un rincón solitario, un hombre de bigotes observa la pista de baile. Aún no ha quitado las manos de los bolsillos de su saco. Otro, unos cuantos años menor, clava sus ojos en él.
La milonga gay La Marshall parece un espacio inundado de fraternidad, invadido por seres que ríen, conversan, sienten y se concentran en cada pieza de tango. No les importa si la música es tradicional o electrónica, ni tampoco si visten traje o taco aguja, el objetivo es palpitar al ritmo de esa melodía dulzona. Bandoneones y guitarras afinadas resuenan mientras homosexuales y heterosexuales bailan intercambiando roles. Se trabaja con los conceptos de conductor y conducido y aprenden ambos papeles: guiar y ser guiado. El aire está cargado de una sintonía erótica.
El nombre del lugar fue elegido en honor a la actriz argentina Niní Marshall, un símbolo para los gays, que se identifican con divas de carácter fuerte.
Entre vino y empanadas, una muchacha habla sin estridencias de un mundo libre para todos. Otra la observa y la invita a una pieza. Recorren la pista como jóvenes panteras, manejando sus ágiles piernas con soltura. Cara a cara, se desbordan de sus cuerpos.
“Siempre se produce una mezcla heterogénea pero armónica de jóvenes y no tan jóvenes, hombres y mujeres, gays y héteros. Todos tienen una buena predisposición para disfrutar del baile”, cuenta Augusto Balizano, uno de los organizadores.
En este recoveco ubicado en pleno microcentro, que funciona los miércoles a las 23 en el primer piso de Maipú 444, extranjeros y porteños escuchan con asombro y nostalgia la música del Río de la Plata. También beben y comen entre baile y charla. Es un lugar desacartonado y luminoso, rodeado de espejos que amplifican.
Los antiguos clientes bailan y circulan sin chocarse, por eso es una pista codiciada. Sin embargo, siempre hay alguna pareja principiante.
Dos mujeres. Una de ellas revela el encanto particular que le sube desde la nuca cuando instala su cabeza en el hombro derecho de la otra, que conduce su cuerpo vestido de rojo con decisión.
Al fin, el hombre del rincón quita las manos del saco y baila con el joven que nunca había dejado de mirarlo. Más tarde, se irán por la calle oscurecida. La atmósfera de la milonga allana el camino para los encuentros.

jueves, 21 de febrero de 2008

Poesía y melodía

Entre el compromiso por la tradición y la investigación de sonidos diferentes, nuevos folcloristas fusionan coplas, zambas y chacareras con otros géneros y crean el llamado folclore urbano.
El grupo La Tregua ofrece una mezcla de esa música popular argentina y ritmos como el jazz, el rock y el pop. Suenan como veteranos con un conocimiento musical muy amplio pero se trata de una banda joven con mucho entrenamiento y que sabe lo que está haciendo. Jesús Galliussi en voz y guitarra, David Cossi en trombón y armónica, Esteban Frías en bajo y coros, Carlos Ricciardino en batería y percusión, y Sebastián Sarubi en teclados, logran originales adaptaciones.
Tregua: Suspensión de armas, cesación de hostilidades, por determinado tiempo, entre los enemigos que tienen pendiente una guerra. Pausa. Paréntesis. “Es una oportunidad para otra cosa y humildemente queremos hacer algo distinto. Además es necesario pensar en una convivencia entre el folclore tradicional y el pop”, especifica Sebastián, el más grande de los integrantes con 32 años.
Están seleccionados por una productora que grabará un CD de difusión nacional con varias bandas nuevas. “Lo de un disco va a ir madurando, no queremos tenerlo y que nadie lo compre, vamos a hacerlo pero al mismo tiempo nos iremos haciendo conocer”, explica el tecladista y agrega que tienen idea de componer sus propios temas porque saben que en ese momento va a ser necesario para su identidad.
Sebastián Sarubi habla de la corta trayectoria de este conjunto de Paraná, de sus tendencias artísticas y del circuito comercial.

- ¿Cómo fue la experiencia de tocar en Cosquín este verano? ¿Les gustaría participar del Festival?
- Fue bárbaro artística y humanamente. Vivimos unos días de folclore desde adentro del corazón del folclore. Y claro que nos gustaría estar en el escenario, vamos a llegar, estamos trabajando duro y las cosas se van a ir dando. Hay que dimensionar las cosas adecuadamente porque si logramos estar en el escenario unos minutos y luego nadie se acuerda de nosotros no nos servirá de nada.
- Los instrumentos con los que crean sus melodías no son tradicionales en los círculos de la música autóctona, es muy particular la inclusión del trombón, ¿qué críticas reciben de ello?
- En general impacta bien, el problema no son los instrumentos sino qué se hace con ellos. El trombón llama la atención pero en general no nos dicen nada, aunque una vez tocamos en un festival con el Chango Nieto y con varias indirectas no nos aprobó su inclusión ni la de la batería.
- ¿Crees que hay una nueva generación que pudo desprenderse de cuestiones relacionadas con la tradición del folklore?
- Sí, igual no es un tema de edades sino de generación cultural. Hay chicos que piensan que lo único “válido” es la guitarra y el bombo. De todas maneras, es aceptable, hay diferentes miradas del deber ser del folclore. Nosotros simplemente vivimos esta música, que nos encanta, como nos parece que puede sonar mejor; tratamos de hacer buena música, con una raíz folclórica y con mucho respeto.
- ¿Es muy difícil llegar al circuito comercial? ¿Hay alternativas independientes?
- Parecería que es difícil pero nos preocupa más sonar cada día mejor que tener un productor que nos llame para grabar un disco. Si bien no conocemos tanto, pensamos que el mejor camino es tocar, tocar y tocar. Lo más importante que puede ver un productor es que un grupo le llega a la gente, que moviliza. Son como dos flancos: uno musical y otro estratégico.
Hay algunos emprendimientos independientes interesantes pero es un camino muy duro. Quien dice “soy independiente y estoy orgulloso de eso” quizás puede decir la verdad en el orgullo pero no creo que no desee llegar a entrar en el mercado. No somos utópicos ni idealistas, termina siendo necesario. El problema es que se presenta como una picadora de carne que te hace añicos para vender un disco. Prefiero pensar que debe haber una posibilidad para ingresar con lo que uno hace, pero eso lo vamos a ver cuando pase…
- Si tuviesen la oportunidad de compartir escenario con alguna banda o músico, ¿con quién les gustaría hacerlo?
- En este tema no nos pondríamos de acuerdo. Entre todos tenemos un respeto muy grande por Pedro Aznar por ejemplo. También por el Chango Farías Gómez. Por otra parte, en los festivales subimos a los escenarios antes de los consagrados y aprendemos con todos, algunos nos gustan, otros tantos no, pero los respetamos y tratamos de ver sus talentos y tomarlos de ejemplo.

domingo, 17 de febrero de 2008

Al atardecer

Por la avenida Corrientes a la altura de Callao, en una esquina, un muchacho con las manos en los bolsillos del piloto está inquieto, mira insistentemente la lluvia de esa tarde gris que se ilumina en un foco del alumbrado público y cada tanto consulta el reloj que lleva en su muñeca. La marquesina de Zival’s, una reconocida casa de música y libros, lo resguarda.
En la esquina de enfrente, una joven pecosa lucha con un paraguas que se le da vuelta mientras revolea los ojos en búsqueda de alguien.
En la puerta del viejo y reciclado bar La Ópera, un hombre mira con desprecio a un pordiosero que se tambalea. Una niña pasea con la mirada de encantamiento en el abrazo de su padre que la cobija. Algunos volanteros aún permanecen ofreciendo mujeres, mujeres para los hombres de oficina. Pero la esquina de los puesteros de diarios está desolada, casi todos escaparon con las palomas.
Pasa un viejo doblándose hacia el suelo para proteger su cara del agua; otro, con aire indiferente, arroja al suelo el boleto del subterráneo y luego pregunta una dirección.
Las luces rojas de los autos se reflejan en el asfalto. El tránsito se desordena y las bocinas estremecen a las mujeres de paso apresurado. Un niño parece abstraído: chapotea sonriente en las acequias inundadas.
Se oye la música de las alcantarillas en la calle que se oscurece. Las luces de las ventanas y las vidrieras ofician de brújula.
La joven pecosa se seca con las mangas las lágrimas que cubrieron su cara y empieza a caminar. El muchacho del piloto, que parece abandonado, pega un cartel en la pared: “Esperé hasta las 7. No volveré más”. En la encrucijada de caminos que parten y que vuelven no se reconocen.