jueves, 11 de diciembre de 2008

Con aroma a café


En la barra, una mujer con vestido rojo toma un cortado. Sus ojos se vuelven vidriosos y su menudo cuerpo se estremece cuando escucha los versos de Enrique Cadícamo. Está inquieta, cada tanto mira el reloj que lleva en su muñeca.

Es viernes, todos ya han salido de sus trabajos y quieren escuchar a Guillermito Fernández, que hará música en vivo. El espacio es invadido por seres que ríen, conversan y se concentran en cada pieza de tango.

Hombres de traje discuten acaloradamente sobre política. Un viejo lee paciente el diario. Una niña se inclina para dormir en la falda de su madre. Y su hermanito, un niño de ojos vivísimos, se entretiene tratando de aplastar a una mosca.

En la puerta del viejo Café Tortoni, un grupo de extranjeros sale del subterráneo y se agolpa para entrar con sus cámaras fotográficas de última generación. Un auto se lanza a la carrera con un ronquido impresionante. Entre ellos, ronda un linyera que pregona unas monedas con voz doliente.

Una guía explica a los visitantes los orígenes del lugar. El nombre fue elegido por un inmigrante francés de apellido Touan y surge de un establecimiento del Boulevard des Italiens en el que se reunía la elite de la cultura parisina del siglo XIX.

En este rincón histórico, ubicado en Avenida de Mayo 825, extranjeros y porteños escuchan con nostalgia la música del Río de la Plata. También beben y comen entre cada charla.

Aún se pueden percibir en el aire los fantasmas de los artistas que pasaron por allí, como Alfonsina Storni, Benito Quinquela Martín, Carlos Gardel, Baldomero Fernández Moreno, Luigi Pirandello y Federico García Lorca. Claro que este café ya no es el de antes, de alguna manera se lo ha explotado como lugar de consumo, pero representa una leyenda de la ciudad. Sin dudas, el tiempo humilla y ultraja.

A la tarde se puede disfrutar de un chocolate caliente con churros o la tradicional leche merengada (helado a base de leche, crema y un toque de canela). Cuando la luz comienza a caer, hace su aparición la cerveza o sidra tirada con picadas, tablas de queso o fiambres. Pero a la hora de la cena, los cocineros recomiendan las carnes gratinadas acompañadas de vinos finos. Además, la confitería ofrece muestras de arte permanente, charlas literarias y espectáculos.

Los extranjeros consiguen pasar. Ahora sí, las mesas de roble y mármol del salón están todas ocupadas. Piden sus consumiciones a mozos que entienden a la perfección el inglés.

Mientras tanto, el viejo ojea la sección de avisos fúnebres. El niño protesta porque está aburrido. La escuálida mujer toma otro cortado. Alguien se sienta a su lado, saca un libro de debajo de la chaqueta y comienza a ojearlo. Intercambian miradas fugaces.

- El café que preparan aquí es sublime. Me reconforta tomar una taza caliente al terminar el día, especialmente en esta época del año, cuando sopla viento polar.

Comenta mientras hace su encargo. Pero parece que ella no puede contestarle porque se le nublan los ojos y da vuelta su cara para no verlo.

Al fin comienzan a sonar los primeros acordes. Todo lo demás se silencia. Un hombre barbudo y alto, que había salido a la puerta a fumar un perfumado habano, se apresura para regresar a su asiento.

La joven de la barra se seca las lágrimas que cubrieron su cara y empieza a caminar. Mira la hora por última vez, son más de las nueve. Se va calle abajo.