domingo, 15 de abril de 2012

Un momento

Está amaneciendo. Creo que no dormí, pensé toda la noche, y expuse mi cabeza a una ruleta rusa, a la espera del gong final. Todo es mío. El final también lo es. Me pertenece.

Mientras preparo un té, en una de esas tazas que compramos juntos en Plaza Francia, recuerdo. Toda la casa me une al pasado, todo aquí tiene vida. Pero no deseo mudarme, es mi refugio. Lo cuido con demasiado amor, para compensar tu falta, pero el excesivo amor genera más silencio.

Ya nadie me atrapa, eso debería destilar una dulce belleza, pero aún no sé qué hacer con esta libertad. Estoy aturdida. Tenemos que ser dos para que las margaritas del jardín florezcan esta primavera. Andar desatada, hoy, mi tragedia.

Supongo que la decepción alcanza niveles directamente proporcionales a las promesas. Entonces, los dos sabemos la magnitud del desencanto. Y, casi como una contradicción, la pureza de nuestro amor me devuelve paz. Hace tiempo que te he perdonado.

Yo, que me hundo en el dolor como si fuese mi estado ideal, que me regodeo en él, quiero la alegría.

Tengo miedo del día que me espera, del sosiego interminable. Vuelvo a la cama.




Solo un rato. Después sálvame. No tardes.


jueves, 22 de marzo de 2012

Salida


Chequeo la casilla de correo electrónico. Me sorprende una invitación. Respondo sin pensar.
Acto seguido empiezo con los preparativos, hace tiempo que no hago esto, tengo miedo de haber perdido la habilidad.
Pienso en París, en ese sueño cumplido. Nos recuerdo caminando a orillas del Sena, sorprendidos, extasiados, riendo. Recuerdo con imágenes, y las lágrimas se me escapan, es que lo hicimos, lo logramos, estuvimos juntos en esa ciudad tan esperada. De pronto me veo con claridad: yo no estaba allí. El dolor permanecía paciente en mí, aguardaba. Debería volver a todos esos lugares, definitivamente, debería hacerlo.
Como para arrinconar al sufrimiento, repaso el primer encuentro, esa noche que descubrimos nuestra esencia en la oscuridad de un sillón. Ese momento, que fue un todo fuera de tiempo. Desde entonces, durante años, nos embarcamos en la misma aventura, y todo se convirtió en un gran plan; hasta que decidió marcharse.
Pintaba, en alguna medida, para él, para ver su sorpresa, su encantamiento, porque era una forma de sentirme acariciada. El último tiempo lo hacía con mayor empeño, sin embargo, ya no me sentía tocada.
¿Cómo volver a creer en el amor si ya nada puede sorprenderme? ¿Cómo creer si lo pensaba infinito?
Tal vez esta noche se produzca el encuentro otra vez. Porque así entonces, o tal vez, pueda decir adiós.

martes, 28 de febrero de 2012

Un globo



no podría soportarlo otra vez
la ambigüedad
ese martillarme
sin embargo retengo mi globo rojo
mientras espero que en el jardín nazca una flor

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Otro día


Me desperté con la certeza de que mi final se acerca. Estoy tranquila. Algo me corroe, me voy venciendo. No parece más que algo habitual: la vida.

Te supliqué que poseas este corazón, me revolqué en el amor, y tus vacilaciones, tu abandono, la infidelidad, la insensibilidad de un alma en la que creía me convirtieron en esta mujer que sufre.

La libertad no hará más que entristecerte, te perderá. Pero se está haciendo tarde, ya no puedo advertírtelo.

El murmullo de una melodía me llega. Logro sustraer a la angustia, aún sabiendo que ya no lo puedo todo. Preferiría volver a la otra orilla.

Me vence el sueño, hoy, no la muerte.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dedal

un dedal
descubre
huérfanos pájaros

yo, tan erosionada
que los órganos
se me mastican

y me bebo, allí,
donde expones
el cuello quebrado de un cisne

jueves, 13 de octubre de 2011

Fortaleza

nadé en las profundidades
de la tierra
me arropaste con arena en este mundo
que se pudre
para emerger
flores de mis iris

domingo, 18 de septiembre de 2011

Margen


en la orilla
una gaviota negra de ojos
enmudecidos
y una mujer neblina
ya invisible

jueves, 1 de septiembre de 2011

Mi jardín

Abrí los ojos sobresaltada. Eran las siete de la mañana. Me quedé un momento pensando en el largo día que comenzaba. Cuánta verdad había en aquello de concebir al tiempo como una magnitud relativa. Ahora lo sabía. Los días se habían convertido en semanas, las semanas en meses, los años... Los años no tenía idea, menos que eso había transcurrido, aunque suponía que era mucho.

Finalmente, tomé coraje, acomodé la mitad de la cama deshecha, me preparé un té y enfrenté, una vez más, la desilusión diaria. Estaba exhausta, sentía que caminaba dentro de una espiral que me absorbía, que no me dejaba paz. Pero pensé en esa creencia de que las cosas se compensan por las leyes propias del universo, que sostiene que en todo lo bueno hay algo malo y en todo lo malo también hay algo bueno. Tal vez hoy sucediera. Miré el teléfono, no sonaba. Ese concepto de la filosofía oriental seguramente era una fantasía para crear esperanzas en los infelices.

Sabía que debía entrar, allí donde alguna vez había ido con él. Tenía que dar ese paso. La vida me rodeaba, me escapaba. Si tan solo pudiera atravesar esa puerta… Para animarme imaginaba que me daba la mano, no podía hacerlo sola, pero se me escurría en silencio. El miedo a alejarlo más me paralizaba. Era necesario que me despidiera de lo que pensaba sobre el amor. Aún no estaba lista.

El cielo permanecía gris, no se habían transformado en verdes las hojas amarillas, ya llevaba más tristeza de la cuenta. Por la tarde, las actividades planificadas me engañaban, conversaba con otros, hasta, a veces, reía. Ese espeso talento de vivir me auxiliaba sin comprenderlo.

Otra vez la noche empezaba antes. Toda yo me oscurecía. Y, por un momento apenas, pude congelar la idea de aquel pequeño jardín con flores.

jueves, 11 de agosto de 2011

Rodar

El aire le pegaba con fuerza en la cara, ella pedaleaba con más energía. Miraba con los ojos desnudos edificios, personas, árboles, veía todo.

En la calle vacía de un frío domingo, el lamento de las hojas que aún se aferraban a sus árboles la hacía temblar. Sollozaba.

Miraba el parque, se recordaba joven, se recordaba feliz. Pensaba en incontables paseos, como si quisiera ponerlos todos en una cajita para protegerlos del olvido. Los enumeraba. Habían transcurrido apenas unos días, pero la hondura de ese dolor le hacía creer que no podían ser menos que años.

Si él corría, ella lo seguía, es cierto, ahora en parte se lo reprochaba; aunque si ella avanzaba demasiado él la alcanzaba. ¿Cómo iba a enterrarlo?

El amor se convertía de pronto en la desilusión de lo que creía que era; allí, donde encontraba su salvación, hoy tenía nada. El silencio la aplastaba hasta alcanzarla invisible y la oscura dulzura de la incomprensión la derramaba en la intemperie.

Sintió frío y avanzó con más fuerza.

lunes, 27 de abril de 2009

El niño pez


Lucía Puenzo, directora argentina reconocida por su ópera prima XXY, acaba de estrenar su segundo film: El niño pez. Y una vez más, aborda el cine desde la escritura. Justamente, la historia sale de una de sus tres novelas, que publicó hace diez años y que declara no volvió a leer hasta que decidió adaptarla para el rodaje.
Lala (Inés Efrón), una adolescente de clase alta, se enamora de su mucama paraguaya, La Guayi (Emme). Si bien la familia, ausente, parece ignorar el amor entre ellas, juntas planean fugarse a Paraguay para construir un espacio de felicidad.
En el texto original la voz narradora pertenece a un perro, Serafín, que mira desde un lugar cínico y humorístico el mundo de su ama. Aquí la cámara va de la mano de Lala. De este modo, el espectador descubre con ella el pasado misterioso de La Guayi y Puenzo consigue que no se juzgue a estos personajes complejos, que guardan secretos y parecen guiarse únicamente por la pasión y nunca con la razón.
La película debe su nombre a una leyenda popular sobre un niño que habita como un pez en las profundidades de un río paraguayo donde lo abandonaron. Un niño pez que también es un crimen. El límite entre lo real y lo imaginario se desdibuja en este punto y, por momentos, la trama parece rozar con el realismo mágico; sin embargo, la directora y autora asegura que no le interesa ese género. Entonces, podría tratarse de un mundo onírico como refugio para lograr seguir viviendo.
Un amor puro y complejo, erótico y maternal, que sobrepasa a sus protagonistas. La Guayi cautiva a todos con sus curvas, su mirada, su canto de pájaro; sabe que cuenta con ese arma, su cuerpo, que lastima, pero no tiene nada más. Lala sucumbe ante sus encantos y esa pasión la irá transformando.
El argumento se sale de algunos lugares comunes, deja fuera muchas piezas del rompecabezas y se estructura desde la mezcla del melodrama, el thriller, lo fantástico y lo policial, donde prevalece el relato no lineal. Cargado de oscuridad, con la muerte de un juez, el tabú del incesto, el submundo de la trata de blancas y la corrupción policial, alumbra con un amor tan profundo como insoportable. "El deseo mueve al mundo", enfatiza Puenzo, y tal vez esa sea la palabra que resuma el film: DESEO.