jueves, 22 de marzo de 2012

Salida


Chequeo la casilla de correo electrónico. Me sorprende una invitación. Respondo sin pensar.
Acto seguido empiezo con los preparativos, hace tiempo que no hago esto, tengo miedo de haber perdido la habilidad.
Pienso en París, en ese sueño cumplido. Nos recuerdo caminando a orillas del Sena, sorprendidos, extasiados, riendo. Recuerdo con imágenes, y las lágrimas se me escapan, es que lo hicimos, lo logramos, estuvimos juntos en esa ciudad tan esperada. De pronto me veo con claridad: yo no estaba allí. El dolor permanecía paciente en mí, aguardaba. Debería volver a todos esos lugares, definitivamente, debería hacerlo.
Como para arrinconar al sufrimiento, repaso el primer encuentro, esa noche que descubrimos nuestra esencia en la oscuridad de un sillón. Ese momento, que fue un todo fuera de tiempo. Desde entonces, durante años, nos embarcamos en la misma aventura, y todo se convirtió en un gran plan; hasta que decidió marcharse.
Pintaba, en alguna medida, para él, para ver su sorpresa, su encantamiento, porque era una forma de sentirme acariciada. El último tiempo lo hacía con mayor empeño, sin embargo, ya no me sentía tocada.
¿Cómo volver a creer en el amor si ya nada puede sorprenderme? ¿Cómo creer si lo pensaba infinito?
Tal vez esta noche se produzca el encuentro otra vez. Porque así entonces, o tal vez, pueda decir adiós.