lunes, 27 de abril de 2009

El niño pez


Lucía Puenzo, directora argentina reconocida por su ópera prima XXY, acaba de estrenar su segundo film: El niño pez. Y una vez más, aborda el cine desde la escritura. Justamente, la historia sale de una de sus tres novelas, que publicó hace diez años y que declara no volvió a leer hasta que decidió adaptarla para el rodaje.
Lala (Inés Efrón), una adolescente de clase alta, se enamora de su mucama paraguaya, La Guayi (Emme). Si bien la familia, ausente, parece ignorar el amor entre ellas, juntas planean fugarse a Paraguay para construir un espacio de felicidad.
En el texto original la voz narradora pertenece a un perro, Serafín, que mira desde un lugar cínico y humorístico el mundo de su ama. Aquí la cámara va de la mano de Lala. De este modo, el espectador descubre con ella el pasado misterioso de La Guayi y Puenzo consigue que no se juzgue a estos personajes complejos, que guardan secretos y parecen guiarse únicamente por la pasión y nunca con la razón.
La película debe su nombre a una leyenda popular sobre un niño que habita como un pez en las profundidades de un río paraguayo donde lo abandonaron. Un niño pez que también es un crimen. El límite entre lo real y lo imaginario se desdibuja en este punto y, por momentos, la trama parece rozar con el realismo mágico; sin embargo, la directora y autora asegura que no le interesa ese género. Entonces, podría tratarse de un mundo onírico como refugio para lograr seguir viviendo.
Un amor puro y complejo, erótico y maternal, que sobrepasa a sus protagonistas. La Guayi cautiva a todos con sus curvas, su mirada, su canto de pájaro; sabe que cuenta con ese arma, su cuerpo, que lastima, pero no tiene nada más. Lala sucumbe ante sus encantos y esa pasión la irá transformando.
El argumento se sale de algunos lugares comunes, deja fuera muchas piezas del rompecabezas y se estructura desde la mezcla del melodrama, el thriller, lo fantástico y lo policial, donde prevalece el relato no lineal. Cargado de oscuridad, con la muerte de un juez, el tabú del incesto, el submundo de la trata de blancas y la corrupción policial, alumbra con un amor tan profundo como insoportable. "El deseo mueve al mundo", enfatiza Puenzo, y tal vez esa sea la palabra que resuma el film: DESEO.