miércoles, 7 de diciembre de 2011

Otro día


Me desperté con la certeza de que mi final se acerca. Estoy tranquila. Algo me corroe, me voy venciendo. No parece más que algo habitual: la vida.

Te supliqué que poseas este corazón, me revolqué en el amor, y tus vacilaciones, tu abandono, la infidelidad, la insensibilidad de un alma en la que creía me convirtieron en esta mujer que sufre.

La libertad no hará más que entristecerte, te perderá. Pero se está haciendo tarde, ya no puedo advertírtelo.

El murmullo de una melodía me llega. Logro sustraer a la angustia, aún sabiendo que ya no lo puedo todo. Preferiría volver a la otra orilla.

Me vence el sueño, hoy, no la muerte.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Dedal

un dedal
descubre
huérfanos pájaros

yo, tan erosionada
que los órganos
se me mastican

y me bebo, allí,
donde expones
el cuello quebrado de un cisne

jueves, 13 de octubre de 2011

Fortaleza

nadé en las profundidades
de la tierra
me arropaste con arena en este mundo
que se pudre
para emerger
flores de mis iris

domingo, 18 de septiembre de 2011

Margen


en la orilla
una gaviota negra de ojos
enmudecidos
y una mujer neblina
ya invisible

jueves, 1 de septiembre de 2011

Mi jardín

Abrí los ojos sobresaltada. Eran las siete de la mañana. Me quedé un momento pensando en el largo día que comenzaba. Cuánta verdad había en aquello de concebir al tiempo como una magnitud relativa. Ahora lo sabía. Los días se habían convertido en semanas, las semanas en meses, los años... Los años no tenía idea, menos que eso había transcurrido, aunque suponía que era mucho.

Finalmente, tomé coraje, acomodé la mitad de la cama deshecha, me preparé un té y enfrenté, una vez más, la desilusión diaria. Estaba exhausta, sentía que caminaba dentro de una espiral que me absorbía, que no me dejaba paz. Pero pensé en esa creencia de que las cosas se compensan por las leyes propias del universo, que sostiene que en todo lo bueno hay algo malo y en todo lo malo también hay algo bueno. Tal vez hoy sucediera. Miré el teléfono, no sonaba. Ese concepto de la filosofía oriental seguramente era una fantasía para crear esperanzas en los infelices.

Sabía que debía entrar, allí donde alguna vez había ido con él. Tenía que dar ese paso. La vida me rodeaba, me escapaba. Si tan solo pudiera atravesar esa puerta… Para animarme imaginaba que me daba la mano, no podía hacerlo sola, pero se me escurría en silencio. El miedo a alejarlo más me paralizaba. Era necesario que me despidiera de lo que pensaba sobre el amor. Aún no estaba lista.

El cielo permanecía gris, no se habían transformado en verdes las hojas amarillas, ya llevaba más tristeza de la cuenta. Por la tarde, las actividades planificadas me engañaban, conversaba con otros, hasta, a veces, reía. Ese espeso talento de vivir me auxiliaba sin comprenderlo.

Otra vez la noche empezaba antes. Toda yo me oscurecía. Y, por un momento apenas, pude congelar la idea de aquel pequeño jardín con flores.

jueves, 11 de agosto de 2011

Rodar

El aire le pegaba con fuerza en la cara, ella pedaleaba con más energía. Miraba con los ojos desnudos edificios, personas, árboles, veía todo.

En la calle vacía de un frío domingo, el lamento de las hojas que aún se aferraban a sus árboles la hacía temblar. Sollozaba.

Miraba el parque, se recordaba joven, se recordaba feliz. Pensaba en incontables paseos, como si quisiera ponerlos todos en una cajita para protegerlos del olvido. Los enumeraba. Habían transcurrido apenas unos días, pero la hondura de ese dolor le hacía creer que no podían ser menos que años.

Si él corría, ella lo seguía, es cierto, ahora en parte se lo reprochaba; aunque si ella avanzaba demasiado él la alcanzaba. ¿Cómo iba a enterrarlo?

El amor se convertía de pronto en la desilusión de lo que creía que era; allí, donde encontraba su salvación, hoy tenía nada. El silencio la aplastaba hasta alcanzarla invisible y la oscura dulzura de la incomprensión la derramaba en la intemperie.

Sintió frío y avanzó con más fuerza.